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sexta-feira, 24 de janeiro de 2014

O que a feminilidade? Mais um texto excelente de Abraham Godinez Aldrete

LA BELLA Y LA BESTIA DE LA ANGUSTIA

La histeria: caricatura de una creación artística

La histérica dice que el sexo le da asco. Hipnotizada por su propia imagen corporal puede ser indiferente al otro: no importa quién sea, ni cuál sea su nombre, sólo le interesa ser admirada. La bella indiferencia de la histérica remite a este rasgo: quiere ser bella a los ojos de los otros, pero indiferente hacia el sexo.

Frente al espejo, una mujer podrá encontrarse hermosa o fea, joven o vieja, pero ningún canon estético, ningún hito visible podrá asegurarle cuál es, empero, el punto focal de su pregunta.
—Piera Aulagnier

En el siglo XIX emergió la histeria como una neurosis incómoda para los médicos: convulsionando como los epilépticos pero sin ser epilepsia, la histeria hacía aparecer un cuerpo incontrolable que no se dejaba aprehender por el discurso médico. Además de convulsionar, las histéricas sufrían de parálisis, afecciones sensoriales, dolores, anestesias, contracturas, zonas histerógenas (lugares hipersensibles del cuerpo cuya estimulación genera un ataque afectivo o convulsivo), alucinaciones, alteraciones emocionales… Aunque lo que más llamaba la atención era el misterio que aguardaba la enfermedad: el origen del síntoma no era el sistema nervioso central y la paciente actuaba como si su cuerpo no le perteneciera.

Gladys Swain dice que a fin de siglo, a través de la histeria, se efectuó una metamorfosis importante en Occidente: nació una nueva mujer y un nuevo modo de habitar el cuerpo. En la actualidad hay modificaciones en la concepción sobre la histeria: más que una enfermedad, la histeria es un modo de comprender la sexualidad. Por lo tanto, no todas las mujeres son histéricas y no todas las histéricas son mujeres. Aquí nos proponemos abordar una concepción actual de la histeria a partir de esta frase de Freud [AE XIII: 78]: “La histeria es una caricatura de una creación artística”.

Frecuentemente los psicoanalistas nos encontramos con este fenómeno clínico: hombres y mujeres dicen que desean ser bellos y bellas para ser amados. La belleza genera un estado de goce que Freud describe como un “suave efecto embriagador” que puede derivar en el enamoramiento o en el acto sexual. La contemplación de la belleza puede describirse como un placer no orgásmico: esto significa que en la visión de la belleza no hay una descarga pulsional total; hay un placer que puede compararse al placer previo al coito. Este placer es parecido al de los sueños diurnos: el espectador está fascinado frente al acontecimiento bello así como el fantaseante está embelesado por sus propias fantasías.

El placer previo es diferente al placer genital: el placer estético proviene de la liberación de tensiones en el interior del alma, dice Freud. Esto provoca un “efecto embriagador” porque hay un estado intermedio entre la vigilia y los sueños en el cual transcurre el acontecimiento estético. La belleza no evita el sufrimiento, pero resarce muchas cosas [Freud, AE XXI: 82]. Del mismo modo en que el artista crea obras de la manera en que la humanidad sueña [Ricœur, 2009: 182] la histérica quiere hacer soñar, desear, enamorar a aquel que la mira.

Toda histérica busca un artista porque ella pretende hacer de su cuerpo una obra de arte: quiere ser bella y brillante, mirada y admirada. La belleza no acontece en el sí-mismo, sino a través de la mirada del otro: la fuente del narcisismo histérico es la chispa que se mira en la mirada deseante del otro que hace el efecto de sentir su cuerpo como una forma bella. La belleza y el encanto no son propiedades del ser mirado o del espectador, se trata de una situación sexual.1 La belleza se suscita en el acontecimiento de la otredad. La belleza acontece entre la amada y el deseo del amante al modo de un sueño: el efecto embriagador de la belleza es un encantamiento que a ella la envuelve en un mundo fantástico del cual nadie quiere despertar.

¿Qué hacer para que el otro la desee y la encuentre siempre bella? Ésa es la pregunta a la cual la histérica se enfrenta con una gran dosis de angustia. Allí, el mercado aparece ofreciendo la mercancía que prometen garantizarle que la belleza no se extinguirá. Lo que la mercancía hace olvidar es que la belleza no depende de un objetosino del deseo del otro. Ese deseo es incontrolable; por lo tanto, la belleza no se puedetener y no se puede ser.

La histérica hace gala de sus caracteres sexuales secundarios, pero siempre está insegura respecto de su sexo. Disfruta más el placer de ser deseada que del acto sexual en sí. Le importa más sentirse hermosa y conquistada que el placer genital que pueda obtener de ese encuentro. La histérica quiere hacer de su cuerpo una creación estética, pero desconoce su propio deseo sexual.

Hemos comparado el placer estético con el placer previo al acto sexual. A esa analogía hay que añadirle otra observación de Freud [AE XXI: 82]: “Digno de notarse es que los genitales mismos, cuya visión tienen siempre efecto excitador, casi nunca se aprecian como bellos; en cambio, el carácter de la belleza parece adherir a ciertos rasgos sexuales secundarios”.

La histérica hace gala de sus caracteres sexuales secundarios, pero siempre está insegura respecto de su sexo. Disfruta más el placer de ser deseada que del acto sexual en sí. Le importa más sentirse hermosa y conquistada que el placer genital que pueda obtener de ese encuentro. La histérica quiere hacer de su cuerpo una creación estética, pero desconoce su propio deseo sexual.

Es común encontrar pacientes histéricas sumamente adornadas pero anestésicas en lo que se refiere al goce genital. De lo común, a la histérica le parece desagradable el sexo: cree que el sexo es feo. Freud dice que los genitales casi nunca se aprecian como bellos, pero causan atracción. En la histeria, la atracción se desplaza a la imagen corporal embelesada y los genitales aparecen como desagradables o repudiables. La histérica dice que el sexo le da asco. Hipnotizada por su propia imagen corporal puede ser indiferente al otro: no importa quién sea, ni cuál sea su nombre, sólo le interesa ser admirada. La bella indiferencia de la histérica remite a este rasgo: quiere ser bella a los ojos de los otros, pero indiferente hacia el sexo.

Ataviándose de velos y collares, la histérica trata de disimular su condición sexuada; con el maquillaje construye una máscara cautivante que esconde el verdadero rostro. Así, la histérica hace de su cuerpo una creación artística fallida porque hace de su feminidad una apariencia. Sin embargo, el núcleo de la histeria es todavía más profundo: la histérica lleva el simulacro femenino al lugar en el que se puede cuestionar la feminidad misma.

Freud insistió en el carácter no-fenoménico de la feminidad, por ello la denominó como “continente negro”. La feminidad se sustrae de la luz. Aquí cabe hacer un señalamiento: la feminidad no es un objeto que se sustrae de la luz, sino el acontecimiento mismo de sustracción. De la feminidad no se puede decir nada. La feminidad no puede ser un ser, por ello la podemos encontrar tanto en hombres como en mujeres. La feminidad no es un objeto visible. La feminidad no es un vestido y no es una parte del cuerpo que pueda designarse como “valor sexual”. Pareciendo que la afirman, hombres y mujeres pueden negar la feminidad. Siguiendo a Freud, Aulagnier [1968: 86] describe el modo en que —por angustia— el hombre ha fetichizado la feminidad:

Frente a la desnudez de la mujer y a lo que entonces se devela, el hombre apartará la mirada del punto focal para dejarla errar sobre aquella aura, aquella franja luminosa periférica del ser que denominará “la feminidad”. Podrá proclamar entonces que ese es el objeto de su deseo: que en tal modo de inclinar el cuello, en tal expresión de la mirada, en tal entonación de una voz ve la causa de su fascinación, y esto es lo que le permite nombrar lo innombrable y ocultarse aquella “imposible realidad del sexo” que hace del lugar de la carencia el verdadero objeto que lo fascina y en que se pierde su deseo.

El varón puede sentir angustia frente al sexo femenino porque no corresponde al goce familiarmente visible: no puede ostentarse a la luz como un pene erecto. A diferencia del falo, el goce al interior de la vagina es un placer que no es un “aparecer visible”. Frente al sexo que no comprende y en el que siente la angustia de perderse el hombre cosifica la belleza que acontece en el encuentro sexual con nombres que tratan de objetivar la feminidad. Por ello hay mujeres que sienten temor a su propio sexo: su repudio a su propia genitalidad, su vergüenza corporal deviene de la angustia que intuyen en su compañero. La histérica sufre de la objetivación de la feminidad.

Se puede entender muchas cosas por “falocentrismo”, aquí tomo sólo una de esas posibilidades: falocentrismo es la imposición de lo visible (sólo existe lo objetivable). El falocentrismo ha obligado a la mujer a hacer de su feminidad algo visible, algo mostrable: la mujer se refugia atrás de las máscaras de “lo femenino”. La histeria es el resultado de la angustia de una cultura falocéntrica hacia lo femenino: consideradas objetos de intercambio, las mujeres se histerizan cuando pretenden objetivar la feminidad. Esta objetivación siempre es una imposición de mal gusto porque se trata de la falización de la mujer.

¿Qué esconde la histérica detrás de esta “mascarada femenina”? La histérica esconde su deseo. ¿Por qué lo esconde? Porque el varón se angustia frente al deseo de la mujer que ama. Si Don Juan es una creación de las mujeres decepcionadas(Lacandixit), la histérica es una creación de los hombres asustados.

El hombre deniega el deseo de la mujer porque una mujer deseante ya no es un objeto a intercambiar. El deseo de la mujer enfrenta al hombre al reconocimiento de que él no tiene todo lo que ella desea: se ve amenazado en su tenencia fálica. Encontrarse con el deseo de la mujer que ama le supone al hombre un encuentro con su castración, es decir, su propia feminidad. Evitando este acontecimiento, hay hombres que utilizan a su partenaire como mostración de tenencia fálica: le solicitan que “vista de un modo femenino” para presentarla en reuniones sociales como un trofeo que se muestra. Reivindicándose como aquel que ostenta el poderío fálico —el derecho al Deseo [Aulagnier, 1968: 85]―, reduce a su partenaire a calidad de objeto que puede tener, exhibir o desechar. Buscando protección, pertenencia y amor hay mujeres que aceptan este trato: hacen de su vida una preocupación constante para asimilarse al prototipo de belleza según las representaciones sociales de su propia cultura.

Si el placer sexual se niega, el cuerpo sexuado tiene que fabricarse con los atributos fetichizados. La histérica quiereparecer mujer u hombre porque en el fondo no goza de la vivenciadel sexo, sino de la apariencia del sexo.

Cuando la vejez encuentra a la histérica y siente que ya no puede cumplir con el canon de belleza siempre juvenil y aterciopelado, puede tomar el cuerpo de su hija para “modificarlo”, “arreglarlo” y “lucirlo”. Vive a través de ella con la promesa de resarcir el dolor causado por el paso de los años. Si la hija no acepta la invitación a convertirse en la nueva obra de arte de su madre, entonces puede ser criticada, rechazada y expulsada. Normalmente esta tensión acontece en el silencio y en la secrecía de la ambivalente relación entre madre e hija.

El sufrimiento y los síntomas de la histérica son una protesta silenciosa a la objetivación de la feminidad en el cuerpo de la mujer. El psicoanálisis avanza cuando dice que la feminidad no corresponde sólo a las mujeres sino también a los hombres. Esta feminidad no es ontologizable y corresponde más bien a una diferencia2 que genera distintas escrituras mnémicas y afectivas. Freud designó el encuentro con la diferencia sexual para el hombre con el nombre “amenaza de castración”; para la mujer, “envidia del pene”. Huelga decir que ambas frases remiten a la diferencia sexual: “castración” para el varón; “pene” para la mujer. Sobre este encuentro con el cuerpo extranjero cuya comprensión se sustrae del entendimiento Pascal Quignard [2005: 96-97] describe esto:

La desnudez del cuerpo del hombre y de la mujer no es simétrica. Al hombre le parece que el sexo, en el cuerpo de la mujer, se ve mal, no se ve lo suficiente, se ve como castrado, se ve como pregunta angustiosa que se le plantea al hombre. Cuando el hombre se desnuda a la mujer le parece que el sexo se ve demasiado, en una exhibición excesiva, erecta, con tal visibilidad que obliga a la mirada femenina a desviarse, a permanecer periférica, a confiarse a la lateralidad.

La desnudez impone la diferencia sexuada. Al histérico o a la histérica le da asco el sexo porque la alteridad corporal se le presenta incomprensible. La diferencia sexuada le provoca terror: “Entre la mujer y el hombre no hay más que intercambios de espanto” [Quignard, 2005: 197]. Este espanto paraliza a la histérica y le impide gozar. Freud [AE VII: 27] dice que “llamaría ‘histérica’, sin vacilar, a toda persona en quien una ocasión de excitación sexual provoca predominante o exclusivamente sentimientos de displacer” (“sensaciones de repugnancia”, según la traducción de Ballesteros). En vez de gozar con la diferencia sexuada, hay asco o vergüenza. Si el placer sexual se niega, el cuerpo sexuado tiene que fabricarse con los atributos fetichizados. La histérica quiere parecer mujer u hombre porque en el fondo no goza de la vivencia del sexo, sino de la apariencia del sexo.

En un psicoanálisis “des-ontologizamos” el “continente negro” para decir que la feminidad no son los labios ni los pechos ni la cintura ni las piernas ni las caderas ni las nalgas ni el clítoris ni la vulva ni la matriz ni las hijas… En psicoanálisis la “feminidad” es un nombre del acontecimiento de la diferencia sexual: “castración” para el varón, “envidia del pene” para la mujer. Más que una respuesta, la feminidad es una pregunta y un desconcierto. Sin poder ser o poseerse se siente el efecto de su belleza… ®

Referencias
Aulagnier, P. (1968), Observaciones sobre la femineidad y sus avatares, en Aulagnier, Clavreul, Perrier, Rosolato, Valabrega, El deseo y la perversión, trad. Roberto Bixio, Buenos Aires: Sudamericana, 1968.

Freud, S. (2001), Obras Completas. Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey, con la colaboración de Anna Freud, 24 vols. (designamos con la abreviatura AE las citas tomadas de esta edición y con un número posterior el volumen referido), traducción directa del alemán: Etcheverry, J.L., 2ª ed. 8ª reimp. Buenos Aires: Amorrortu, 2001. Textos tomados de esta edición: (AE VII).Fragmento de análisis de un caso de histeria (1905 [1901]). (AE XIII) Tótem y tabú (1912 [1913]), (AE XXI). El malestar en la cultura (1930[1929]).

Quignard, P. (2005), El sexo y el espanto, trad. Ana Becciú. Barcelona: Minúscula, 2005.

Ricœur, P. (2009), Psicoanálisis y arte en Escritos y conferencias, alrededor del psicoanálisis(textos reunidos y preparados por Goldenstein y Schlegel; con la colaboración de Delbraccio; presentación de Schlegel; posfacio de Bausacchi), trad. Adolfo Castañón, México: Siglo XXI, 2009.

Notas
1 En psicoanálisis definimos sexualidad como acontecimiento corporal de la otredad. Es decir, no hay vivencia original del cuerpo porque para el ser humano la existencia corporal está atravesada por el deseo del otro.

2 Aquí hay un trabajo por hacer para establecer las semejanzas y las diferencias a propósito del concepto de la diferencia sexual descrita por Freud y la différance estipulada por Jacques Derrida. Precisamente por no ser ontologizable la diferencia sexual y la différance, y por dar lugar a distintas escrituras, pueden encontrarse puntos de convergencia.

quinta-feira, 23 de janeiro de 2014

Excelente este artigo da: A PESTE: Revista de Psicanálise e Sociedade e Filosofia da PUC de São Paulo.

ALGUNS APONTAMENTOS PARA SE PENSAR A RELAÇÃO ENTRE CORPO E CONTEMPORANEIDADE* Conrado Ramos Psicanalista. Membro da Escola de Psicanálise dos Fóruns do Campo Lacaniano. Membro do Fórum do Campo Lacaniano de São Paulo. Pós-doutor pela PUC-SP. Doutor pelo Instituto de Psicologia da USP. Pesquisador do Núcleo de Pesquisa Psicanálise e Sociedade do Programa de Estudos Pós-Graduados em Psicologia Social da PUC-SP. E-mail: conrado_ramos_br@yahoo.com.br Resumo: A partir das relações entre um corpo civilizado e um corpo sintomático (C. SOLER), discute-se sobre a participação da realidade na formação de sintomas. Discute-se, ainda, o caráter político do sintoma como objeção às figuras de domínio do Outro. Conclui-se que o corpo e o significante podem ser considerados como o material da formação do sintoma, num sentido próximo ao dado a este termo por T. W. Adorno em sua teoria estética, isto é, o material pensado dialética e historicamente. Palavras-chave: corpo; formação do sintoma; realidade psíquica; sociedade contemporânea. Abstract: Starting from the relations between a civilized body and a symptomatic body (C. SOLER), is discussed the participation of reality in the formation of symptoms. We also discuss the political character of symptom as an objection to figures that dominate the Other. It is concluded that the body and the signifier may be considered as the material of the symptom formation, in a sense close that is given for this term by T.W. Adorno in his esthetic theory, that is to say, material which is drawn up in a dialectical and historical manner. Keywords: body; formation of symptoms; psychic reality; contemporary society. * Texto apresentado em debate coordenado por Ana Laura Prates Pacheco e com a participação de Paulo Schiller, sobre o tema “O lugar do corpo na contemporaneidade”, realizado em 26 de março de 2010 no CEP – Centro de Estudos Psicanalíticos, em São Paulo. A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 CONRADO RAMOS Meu propósito neste artigo é esboçar uma reflexão preliminar, a partir de uma perspectiva lacaniana, sobre o lugar do corpo na contemporaneidade: quais conse- quências podemos extrair, dentro dessa perspectiva, da articulação do binômio corpo e contemporaneidade. Haverá um corpo contemporâneo? Haverá um corpo considerado extemporal submetido a práticas consideradas contemporâneas? Considero primeiramente, para iniciar esta reflexão, o que diz a historiadora Denise Sant’Anna (1995): “o corpo é, ele próprio, um processo. Resultado provisó- rio das convergências entre técnica e sociedade, sentimentos e objetos, ele pertence menos à natureza do que à história.” (p. 12). O corpo, assim, pode ser entendido como um objeto que concentra história. É his- toricidade concentrada e devir, por sua potencialidade histórica. A relação do binômio corpo e contemporaneidade, portanto, não admite apenas a forma corpo na contem- poraneidade, mas também a forma contemporaneidade no corpo – ou seja, é muito bem possível discutir também sobre o lugar da contemporaneidade no corpo, para abordar, de modo dialético, o binômio que nos ocupa. Considero agora um segundo ponto: o que é um corpo? Lacan (1972-73/1982, p. 35) sugere que a experiência analítica não nos permite ir muito longe sobre o que é um corpo ou sobre o que é estar vivo. O que podemos saber sobre esta substância a que chamamos corpo, é que isso se goza. O corpo interessa aos psicanalistas na condição de ser aquilo de que se goza. Não é muito, mas podemos extrair daí uma série de consequências para o binômio corpo/contemporaneidade. Pois bem, o corpo é aquilo de que se goza. O que quer dizer que para gozar se precisa de um corpo. Mas daí tiro mais uma questão: qual gozo? Qualquer maneira de gozo vale a pena? Qualquer maneira de gozo vale gozar? Em A Terceira, Lacan (1974) afirma que lalíngua civiliza o gozo. Os discursos formalizados por Lacan são aparelhamentos do gozo, formas de ordenar o gozo no laço social. Isso quer dizer que o gozo tem lugar na civilização, ou seja, se o corpo é o de que se goza, pode-se fazê-lo civilizadamente, de modo que nos seja possível listar as formas hegemônicas de gozo em cada época, mesmo que elas devam ser trabalhadas pela crítica da ideologia. Exemplos: o gozo do trabalho excessivo na sociedade de pro- dução ou o gozo do consumismo na sociedade de circulação. Ainda que problemáticos e criticáveis, são, de qualquer modo, gozos possíveis de corpos civilizados. Mas há um problema, e um problema que só a psicanálise pode identificar de modo satisfatório: nem todo gozo é civilizável. Há gozos que insistem em não se.r 324 A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 ALGUNS APONTAMENTOS PARA SE PENSAR A RELAÇÃO ENTRE CORPO E CONTEMPORANEIDADE deixar civilizar, gozos que não se escrevem e gozos que são estranhos a quem goza. O sintoma em seu sentido psicanalítico, por exemplo, o que pode ser senão um gozo que escapa, gozo não civilizado? Aí está: se admitirmos que existe um corpo civilizado, temos que reconhecer tam- bém um corpo do qual se goza de modo não civilizado, um corpo sintomático. Colette Soler (2006) nos esclarece sobre a diferença entre estes dois corpos. Sobre o corpo civilizado ela diz: O corpo civilizado, que pode comprovar como somos civilizados cada um em seu lugar, não se dissimula para o Outro. O corpo civilizado obedece ao discurso, é um corpo dócil, aqui um parênteses sobre a luta da civilização e o domínio de algumas lutas que nos conduzem a denunciar as modernidades de gozo de outros lugares; é bastante conhecido ao menos na Europa, a exibição das mulheres, o costume de enfaixar os pés das chinesas para trás durante um tempo, o pescoço de algumas mulheres na África, os lábios alargados e as vio- lências terroristas. Todos estes fatos podem aparecer como algo bárbaro, em todos os casos são produtos do discurso da civilização, não são fatos do corpo animal, são produtos do discurso da civilização e do avanço de todos os preconceitos de uma sociedade; há sempre os costumes de gozo, o que chamamos o habitus, do termo que vem do latim. (p. 90) A respeito do corpo sintomático, temos o seguinte trecho: O sintoma, o que no sentido comum chamamos sintoma, é uma formação de gozo não standard, sempre singular; conhecem a tese de Freud, que cada psicanálise verifica sempre no coração de um sintoma a presença de uma pulsão que não foi admitida na economia do eu. Que quer dizer não admitida na economia do eu? Quer dizer exatamente uma pulsão que não conseguiu passar às formas standards (...). O sujeito está estruturado como o discurso comum que reprime os gozos não standards e o sintoma manifesta o fracasso da repressão interna. Por isso podemos dizer que o sintoma é um opositor em certo sentido (...). (p. 94) Podemos extrair desta citação uma conclusão muito interessante: se o contemporâ- neo no corpo, a história no corpo pode ser apreendida pelos gozos estandardizados, por mais alienantes, criticáveis e estranhos que nos pareçam, o corpo sintomático, os gozos não estandardizados, não teriam um valor político na medida em que constituem uma dissidência? Ao corpo sintomático não caberia, por seu estatuto dissidente, a condição de história em potencial? Não é, de certo modo, de gozos dissidentes que se faz a ruptura de um status quo de gozo? Não é por isso que a contemporaneidade, que quer se preservar, constrói diversos meios – farmacológicos, educativos, sugestivos – de calar o sintoma? Não haveria, na escuta do corpo sintomático, um ato político de abertura de um devir? A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 325 CONRADO RAMOS Ainda estão por serem feitas as articulações entre o sintoma e a história. Certamente elas nos trariam uma nova dimensão das relações entre corpo e sociedade. Se tomar- mos, por exemplo, nossa sociedade como sociedade do consumo, o descompasso entre as promessas sociais de gozo pelo consumo – ou seja, um duvidoso, mas aclamado bom uso do corpo civilizado – e a experiência singular do sofrimento – isto é, o corpo sintomático – desmascara as inverdades presentes nessas promessas e presentifica em sua negatividade a possibilidade da transformação da realidade social. Ou, para citar Walter Benjamin (1940/1994): “o fruto nutritivo do que é compreendido histori- camente contém um seu interior o tempo, como sementes preciosas, mas insípidas” (p. 231). É assim que o corpo sintomático deve ser compreendido historicamente. Avanço agora com cuidado nesta reflexão que proponho, pois, o que os analistas observam na prática clínica cotidiana é que esse corpo sintomático, justamente por não ser dócil, não cede a interesses político-ideológicos. Cito Jairo Gerbase (2009): No campo que nos concerne, o do sintoma dito mental, há pelo menos três orientações bem definidas: a da psicologia, que supõe que a condição da formação do sintoma seja o ambiente (a família, a sociedade, o capitalismo); a da biologia, que supõe que a condição da formação do sintoma seja a genética (a hereditariedade, a neurotransmissão); e a da psicanálise, que supõe que a condição da formação do sintoma seja o real. Dito de outra maneira, em termos empíricos, quando um sintoma mental se desencadeia, a psicologia tende a responsabilizar uma mãe que se separou deixando o filho aos cuidados do pai. Diz que se trata de uma má mãe, que o menino é não amado, não desejado e que isso justifica o desencadeamento de um sintoma. Por seu turno, a tendência da psiquiatria bio- lógica é dizer que se trata de um condição genética; recomenda procurar na hereditariedade o comparecimento de casos semelhantes. Tal como não se responsabilizaria uma mamãe por um filho ter desenvolvido um sintoma somático, a posição biológica não responsabiliza o ambiente pelo desenvolvimento de um sintoma mental. A contribuição da psicanálise é dizer que não há nenhuma participação da realidade na for- mação do sintoma, que o desencadeamento de um sintoma é do real, que houve aí encontro do real, que o sujeito encontrou algo impossível de ser dito, encontrou algo inefável e que vai ser necessário tagarelar para poder dizê-lo, para poder tocar o real. (p. 102) Pois bem, que corpo é esse, da psicanálise, que não responde ao que é da ordem do ambiente e do genético, mas responde ao que é da ordem da linguagem? Que corpo é esse, sintomático por condição, que responde quando é afetado por um inconsciente, quando encontra com um indizível, um impossível de ser dito? Que corpo é esse cujo 326 A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 ALGUNS APONTAMENTOS PARA SE PENSAR A RELAÇÃO ENTRE CORPO E CONTEMPORANEIDADE sintoma nenhuma cirurgia, nenhum condicionamento, nenhuma reeducação, nenhum remédio dissolve, mas só a tagarelice? Pela hipótese lacaniana, esse corpo é o sujeito do inconsciente. Em geral, é um corpo sintomático que faz uma pessoa procurar um analista. E se é um corpo sintomático é, antes de mais nada, um corpo não civilizado, é um corpo que, em certa medida, escapa à sua contemporaneidade. Dificilmente alguém procura análise por causa de um gozo que reconhece como estandardizado (a não ser que haja aí um excesso de gozo, mas isso justamente o retira do standard). Há que se questionar se a angústia é um fenômeno contemporâneo, ou se a tristeza (que eu prefiro à depressão) é um afeto contemporâneo. São produzidas na contemporaneidade, mas como aquilo que escapa às suas demandas – seria melhor considerá-las como modos de crítica do contemporâneo; tomar a tristeza e a angústia, por suas declamadas altíssimas frequên- cias, como contemporâneas, contém o risco de erigi-las resignadamente como norma: “não há nada o que fazer, é assim mesmo, hoje em dia as pessoas são tristes e angustiadas, conforme-se e tome remédios”. De minha parte, prefiro entender a tristeza e a angústia como sinais do que não quer se con-formar: se há muita tristeza e angústia em nossos dias, é porque os corpos sintomáticos têm algo a dizer. O consumismo pode ser um gozo contemporâneo, mas as angústias de quem não se resolve com o consumismo é a prova de que esse gozo não dá conta do corpo ou de que o corpo não cede ao con- sumismo. Vale dizer: o corpo é não-todo contemporâneo. Sidi Askofaré (2009) aponta que o sintoma, em nossos dias, se manifesta por meio de negativas às expectativas dos pais, dos chefes, das instituições, do poder. O sintoma é uma resistência às imposições do mestre. Ele tem, em geral, por forma, o não consigo ou o não quero. Na primeira forma ele aparece atravessado pela resignação, mas na segunda incide seu conteúdo ético e político. Fazer falar um sintoma pode ser levá-lo do não consigo ao não quero? O que isso traz para pensarmos a função política da psicanálise? Se o sintoma é uma objeção do sujeito às figuras de domínio do Outro, podemos dizer que os sintomas de uma coletividade variam conforme as suas figuras de poder? Neste caso, não seriam delimitados social e historicamente? Coloco então a questão que me norteia neste artigo: como pode a contribuição da psicanálise ser a de que não há nenhuma participação da realidade na formação do sintoma, que o desencadeamento de um sintoma é do real, se podemos encontrar formas social e historicamente determinadas para o sintoma? Adianto desde já que considero esta contradição aparente. Mas devo advertir que não considero ser possível apostar numa sociedade sem sintomas, numa sociedade A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 327 CONRADO RAMOS ideal capaz de reconciliar corpo sintomático e corpo civilizado, pois o real provoca tropeços em toda e qualquer sociedade, já que nenhum laço pode dar conta do que Lacan chama de inexistência da relação sexual. Mas isso não quer dizer, também, que a intromissão do real não seja interpretada de formas diferentes em diferentes sociedades. Aliás, o que é o sintoma senão uma interpretação da intromissão do real? O que a escuta do corpo sintomático ensina aos analistas no dia a dia da clínica é a importância de estar atento àquilo que da realidade contemporânea se apresenta como indizível – traumático, portanto (ou melhor, um troumatismo). A sociedade e a cultura produzem efeitos que as próprias sociedade e cultura não permitem assimilar num primeiro momento. Não estaria aí uma participação da realidade na formação do sintoma do corpo falante? É assim que podemos encontrar, naquilo que Benjamin (1989) chamou de fator do choque, os efeitos que as transformações e rupturas sociais fazem passar primeiro, e não à toa, pelos domínios do traumático e da arte. O sintoma e a arte constituem, de certo modo, as primeiras respostas do encontro do corpo falan- te com a dimensão real posta por aquilo que a história lhe impõe como novidade não assimilável, indizível. Assim é que Charlie Chaplin traduz como enlouquecedores os efeitos da revolução industrial na vida do operário inglês do século XVIII; ou Walter Benjamin lê na poesia de Baudelaire uma tentativa de aparar os choques da emergên- cia das multidões na Paris do século XIX; ou ainda Jocelyne Vaysse (1993/1995) ana- lisa os efeitos de ideias fantasmáticas de um coração imaginário irredutível ao biológico colocando em perigo atos cirúrgicos de transplantes tecnicamente bem sucedidos. O aparecimento, na realidade, de máquinas, multidões e transplantes de órgãos, em diferentes tempos e lugares, pode provocar no sujeito essa dimensão do encontro do real? Eis outro modo de formular minha questão. Cito Jairo Gerbase (2011): Tudo leva a crer que a realidade conspire na formação do sintoma, mas a hipótese lacaniana exige que se vá buscar na realidade o que possa ser chamado de encontro do real, ou seja, o que da realidade resultou impossível de dizer, o inefável. (p. 21) Neste sentido, o encontro com um olhar, com uma cena, com uma frase, pode ser traumático para um sujeito, pois podem conter para ele um significante, uma mensa- gem intraduzível, impossível de dizer. Logo, não é o fato em si, mas seu valor signi- 328 A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 ALGUNS APONTAMENTOS PARA SE PENSAR A RELAÇÃO ENTRE CORPO E CONTEMPORANEIDADE ficante que pode vir a produzir um sintoma como aquilo que vem repetir o dizer um impossível de ser dito. O sintoma nasce, assim, de um equívoco, um mal-entendido, como uma interpretação para um indizível. Por exemplo, o flagrante da relação sexual dos pais com a brusca interrupção segui- da da frase “ele não viu nada” produziu como resposta uma inibição intelectual e um conjunto de sintomas que chegaram a ser nomeados de transtorno de deficit de atenção; a visão da cena na qual a mãe mostra a uma professora o desenho de dinossauro do filho gerou neste, por uma interpretação equivocada, a instalação de tiques nervosos que imitam movimentos de répteis. Podemos encontrar essa mesma estrutura nas escolhas de objeto sexual: a enigmática mensagem recebida de um pai homofóbico “você só pode brincar com meninos e não com meninas” produziu, como interpretação de um garoto, a escolha homossexual de objeto. Trago novamente a questão: a tomada do corpo por um imperativo da beleza; a normalização, a manualização e o desencantamento higiênico e psicológico dos cui- dados parentais; a produção de um “saber verdadeiro” sobre a educação correta dos filhos; a sexualização comercial da imagem da criança; a fragmentação científica do corpo e a mercantilização de suas partes, a big-brotherização panóptica e agorafóbica dos corpos nas multidões e nos recantos dos espaços públicos; a narcísica encenação banalizada do espaço privado pela internet e reality shows; o voyeurismo vulgarizado pela monotonia do cotidiano alheio, etc.; será que tais imperativos sociais e culturais não geram nos sujeitos angústias de inadequação ou de demasiada adequação? Será que tais elementos não produzem mal-entendidos no encontro do sujeito com o Outro? Será que esses novos gozos, em seus processos de estandardização, não geraram, ou ainda geram, encontros do real e produção de sintomas? E em que medida alguns des- ses relativamente recentes gozos de corpos civilizados já não foram gozos de corpos sintomáticos? Não são esses gozos a tentativa de estandardização do que antes era não civilizado? Aqui vale o que escreveram Horkheimer e Adorno (1947/1991): “os vícios privados são em Sade, como já eram em Mandeville, a historiografia antecipada das virtudes públicas da era totalitária” (p. 111). Será que a cultura assimila, na forma do acting out, o corpo sintomático que não pôde ser ouvido? Calar o corpo sintomático é colocá-lo deformado na cultura, que por sua vez também se deforma. Por outro lado, de que modo o contemporâneo fornece o material necessário para “dar forma épica ao que se opera pela estrutura” (LACAN 1973/2003, p. 531)? Algumas frases que, direta ou indiretamente, pode-se extrair da clínica: “se eu tivesse A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 329 CONRADO RAMOS um corpo escultural a relação sexual seria possível, mas não tenho dinheiro para isso, então sigo com minha crença e minha esperança de fazer Um, um dia”; “estou vindo aqui tempo- rariamente, até eu encontrar o remédio certo para acabar com meu sofrimento: têm tantos por aí que um deles deve funcionar”; “gostaria de ter um outro corpo e, por isso, fico nesta eterna dúvida se devo ou não modificá-lo”. Cada um, a seu modo, é capturado e se utiliza desse corpo no contemporâneo para sustentar seu sintoma, para colocar seu mito de re- cuperação de um suposto gozo perdido, que certamente está por aí, quer nas infinitas maravilhas de que o mercado dispõe, quer nos produtos que a ciência está por dar à luz, quer nas verdades que as novas ou renovadas religiões revelam aos seus escolhidos. É tudo uma questão de procurar melhor, de esperar um pouco mais ou de tentar mais uma vez. O corpo falante coloca nessas construções míticas sua interpretação de que há relação sexual. Usa para isso os ideais do corpo civilizado, do material fornecido pelo contemporâneo. No entanto, o furo do troumatismo insiste em não se escrever e ecoa, então, a disjunção entre o que é da realidade e o que opera pela estrutura, entre o corpo civilizado e o corpo sintomático. O significante que afeta o corpo, “você só pode brincar com meninos e não com meni- nas”, é um significante que, na contingência do ouvir, o sujeito selecionou do Outro. Esse significante é prenhe de afeto e goza, representando o sujeito para outros sig- nificantes na busca de um sentido que escapa. É aí que entra o material, para tentar assegurar, com o nome de realidade psíquica, um pouco de sentido para esse gozo enigmático. O corpo na contemporaneidade – e mesmo o corpo da contemporaneida- de – pode ser aí abraçado, se não como causa de uma forma de gozar, como realidade capaz de dar consistência a um gozo, promovendo e possibilitando um semblante de corpo civilizado. Há um equívoco na ideia de que o ser humano possui um corpo e que nesse corpo pode surgir o simbólico. Ao contrário, há o significante e o nascimento de um corpo afetável por esse significante. O significante não é um acontecimento que brota dentro do corpo, mas é o corpo que cai dentro da linguagem, de modo que, para a psicanálise, não há um corpo pré-verbal, não há sinais analíticos de um corpo-vivo virgem da linguagem. Há, isto sim, sinais de significantes virgens do sentido e que, por isso, marcam o corpo de afetos antes de marcá-lo de significações. Esta anterioridade dos significantes é o que permite não apenas o corpo falante da psicanálise, mas a própria relação entre corpo e cultura. 330 A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 ALGUNS APONTAMENTOS PARA SE PENSAR A RELAÇÃO ENTRE CORPO E CONTEMPORANEIDADE Por exemplo: ninguém poderia sentir dor no fígado antes que a anatomia mapeasse o corpo inventado pela medicina e nomeasse o fígado. Deste modo, o silêncio desse órgão foi perturbado (SANT’ANNA, 1995, p. 11) e as pessoas podem sentir dor no fígado, mesmo que a própria anatomia tenha nos ensinado que não há nervos no fíga- do e que, portanto, ele não dói. Isto permite, ainda, que um psicótico tenha vomitado seu fígado e que este lhe apareça à noite para reclamar de sua vida promíscua. Sabemos o quanto a psicose e a histeria mapeiam o corpo de um modo diferente do anatomista; sabemos também como o obsessivo crê cindir corpo e pensamento, ao preço da inde-cisão do pensamento. E o que é a fobia senão o deparar-se com o corpo afetado pelo significante? “– O que é isso que trago pendurado?” (Somente para nos lembrarmos do Wiwimacher do pequeno Hans.) A contemporaneidade, rica em aparelhos para fragmentar, talhar, retalhar, costurar, retratar, filmar, medir, moldar, reduzir, alongar, reformar corpos, segundo a lógica do anatomista, tem salvado muitas vidas que antes estavam condenadas pela escuridão à qual os recônditos do organismo estavam submetidos; mas, por outro lado, tais práti- cas contemporâneas de iluminação e desencantamento do corpo têm dificultado so- bremaneira que se possa perceber quando o sintoma de um sujeito diz respeito, não ao corpo do anatomista, mas ao corpo do psicanalista, isto é, ao corpo recortado/afetado pelo significante. A ciência contemporânea acredita demais no seu corpo, a ponto de não poder ouvir que uma esofagite crônica pode ser o memorial de gozo de um sujeito procrastinador que em determinado momento da infância ouviu um “coma toda sua co- mida ou vá morar com sua avó!”, ficando com este indecidível entalado na garganta. Essa esofagite, que passou por exames e tratamentos, era na verdade uma mensagem que “guardava seu significado no real” (GERBASE, 2010). O corpo falante que constitui esse sujeito só pôde desfazer pela fala o que havia feito com o significante. Será que as práticas e teorias corporais atualmente hegemônicas são capazes de entender que, do mesmo modo que a perna paralisada da histérica é uma mensagem, o obsessivo manca com seu pensamento? Por fim, deixo uma indicação para pensar a relação entre o corpo, como aquilo de que se goza, inclusive no sintoma, e a realidade contemporânea, que não participa da formação do sintoma, mas determina suas formas. Afirmei que o corpo falante coloca, nas construções míticas que faz ao ser capturado pela ideologia de uma época, sua in- terpretação de que há relação sexual, utilizando para isso os ideais do corpo civilizado A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 331 CONRADO RAMOS como material fornecido pela contemporaneidade. É no conceito de material que, tal- vez, deveríamos nos deter um pouco mais. E é aqui que coloco a indicação, sugerindo uma aproximação com o conceito de material na teoria estética de Theodor Adorno. Para Adorno (1970), material é aquilo ao qual os artistas dão forma: palavras, acor- des, cores, sons, texturas, procedimentos técnicos, etc. O material é inevitavelmente histórico, pois depende das transformações e dos condicionamentos técnicos: é espírito sedimentado que, na ilusão de ser puro dado para o uso do artista, revela, num proces- so de desistorização, “sua tendência histórica enquanto tendência da razão subjetiva” (p. 171). Vejamos como propõe Adorno em Filosofia da nova música (1958/1989): As exigências impostas ao sujeito pelo material provêm antes do fato de que o próprio “ma- terial” é espírito sedimentado, algo socialmente preformado pela consciência do homem. E esse espírito objetivo do material, entendido como subjetividade primordial esquecida de sua própria natureza, possui suas próprias leis de movimento. Como tem a mesma origem do processo social e como está constantemente penetrado dos vestígios deste, o que parece puro e simples automovimento do material se desenvolve no mesmo sentido que a socie- dade real, mesmo quando estas duas esferas já nada sabem uma da outra e se comportam com recíproca hostilidade. (p. 36) O corpo e o significante compõem o material do sintoma (o que, aliás, Lacan traz dos estoicos), mas, se o significante vem do Outro, sua origem é a mesma do processo social e não pode reservar-se de estar penetrado pelos vestígios deste. A linguagem, em Lacan, não possui a mesma objetividade que o material em Adorno, mas questio- no se não possuem a mesma lógica. Cito Adorno (1958/1989): O artista não é um criador. A época e a sociedade em que vive não o delimitam de fora. Mas o delimitam precisamente na severa exigência de exatidão que suas mesmas imagens lhe impõem. O estado da técnica se apresenta como um problema em cada compasso: em cada compasso, a técnica, em sua totalidade, exige ser levada em conta e que se dê a única resposta exata que ela admite nesse determinado momento. As composições não são nada mais do que respostas deste gênero, soluções de quebra-cabeças técnicos, e o compositor é a única pessoa que está em condições de decifrá-los e compreender sua própria música. O que faz, ele o faz no infinitamente pequeno e se realiza na execução do que sua música exige objetivamente dele. Mas, para acomodar-se a tal obediência, o compositor tem necessidade de uma desobediência total, da maior independência e espontaneidade possíveis. (p. 38) Chama-me a atenção, se não posso ainda afirmar a homologia, ao menos a analo- gia que podemos fazer entre o artista e o sujeito, que são retirados do plano idealista 332 A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 ALGUNS APONTAMENTOS PARA SE PENSAR A RELAÇÃO ENTRE CORPO E CONTEMPORANEIDADE da criação e colocados por suas composições como respostas, soluções de quebra- cabeças, sendo o artista/sujeito o único em condições de decifrá-los. Exigido pelo material numa necessária obediência, o artista/sujeito deve render-se às contingências da maior independência e espontaneidade possíveis na sua lida com este material que ele cifra e decifra. Cabe questionar se o material – compreendido neste sentido mesmo que lhe dá Adorno – não afeta o artista como uma linguagem. A composição de um sujeito – seu sintoma, se me permitem – não é uma criação ex nihilo, mas não é também uma total delimitação de fora, e no entanto não pode deixar de ser uma expressão delimitada pelo material disponível numa época e numa sociedade. Já propus que, na perspectiva lacaniana, o trauma é o encontro do real – que pode ser uma inesperada e incalculável cena ou frase –, e não o encontro da realidade – isto é, um acidente, um desvio do comportamento de um dos pais, uma disfunção orgânica ou uma condição socioeconômica, que podem muito bem condicionar comportamen- tos, mas não necessariamente produzir os sintomas dos quais falam os psicanalistas. Se esse encontro traumático produz um sintoma, um gozo que insiste em não se estandardizar, é, no entanto, da realidade enquanto linguagem que é a afetar e captu- rar o corpo falante, que se extrai o material que vai compor este sintoma. Em outros termos, o sintoma talvez seja menos o resultado do corpo na contemporaneidade (ou na realidade contemporânea) do que da contemporaneidade no corpo. Pensar as relações entre corpo e contemporaneidade, então, nos coloca diante da tarefa de investigar como a sociedade contemporânea tem lidado com o que há de mais real, isto é, com a vida, uma vez que não sabemos ao certo o que é estar vivo. Ilustro como penso este modo contemporâneo de lidar com a vida a partir de um trecho do antropólogo David Le Breton (1993/1995), no qual ele descreve a sugestão do psiquiatra americano Willard Gaylin de criar bancos de neomortos, ou seja, uma reserva utilizável de corpos de indivíduos em estado vegetativo crônico. Os estudantes treinariam neles implantes de toda espécie, operações cirúrgicas delicadas no rosto, nos olhos, no coração, as retiradas da pele, etc. Uns cederiam o que os outros reparariam quase ao infinito no mesmo organismo. Esses corpos estariam disponíveis para os ensaios terapêuticos ou farmacológicos. Os estudantes repetiriam sobre eles gestos mé- dicos (auscultação, exame da retina, toque retal ou vaginal, etc.). Os cirurgiões aí testariam as retiradas e os transplantes de órgãos. Poder-se-ia injetar doenças do sangue e tentar diferentes terapêuticas, sem prejudicar outras categorias da população. Cada fragmento de seu corpo informatizado, classificado para a pesquisa de compatibilidades, os neo-mortos A peste, São Paulo, v. 2, n. 2, p. 323-335, jul./dez. 2010 333 CONRADO RAMOS esperariam pacientemente as retiradas sucessivas, tudo servindo de material para toda sorte de manipulações ou de experiências. Nenhuma dúvida de que a fervilhante imaginação médica seria infinita para rentabilizar esses indivíduos. (p. 63) Conclusão Se este for o corpo da contemporaneidade, onde está, nele, o estar vivo que faz do corpo falante aquilo de que se goza? No caso do neomorto de Gaylin, há também um corpo de que se goza, mas, no meu entender, este não é nem o corpo e nem o gozo que a psicanálise busca sustentar. REFERÊNCIAS ADORNO, T. W. (1958). Filosofia da nova música. São Paulo: Perspectiva, 1989. (1970). Teoria estética. Lisboa: Edições 70, 2008. ASKOFARÉ, S. (2009). Figuras do sintoma: do social ao individual. Anotações de conferência apresentada na PUC-SP em 08 de maio de 2009. BENJAMIN, W. (1940). Sobre o conceito de história. In: Magia e técnica, arte e política: obras escolhidas vol. I. São Paulo: Brasiliense, 1994, p. 222-232. (1955). Charles Baudelaire – um lírico no auge do capitalismo: obras escolhidas vol. III. São Paulo: Brasiliense, 1989. GERBASE, J. (2009). A hipótese de Lacan. A Peste: revista de psicanálise e sociedade. São Paulo, vol.1, n.1, p. 101-110, jan./jun. 2009. (2010). O sintoma: sua política e sua clínica. Anotações de conferência apresentada no Contraponto, pelo FCL-SP, em 27 de fevereiro de 2010. (2011). 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terça-feira, 21 de janeiro de 2014

' Sólo cuando puedo dejar de atribuirle al otro la causa de mi mal (interpretación realizada desde mi fantasma), puedo saber que mi odio en realidad es mi dolor de existir.'

APRENDIENDO A AMAR

Ganar terreno al odio

Freud dice que el odio es más antiguo que el amor. Nuestro primer impulso es odiar al otro; por lo tanto, amarlo requiere un trabajo subjetivo. Si consideramos que el psicoanálisis es un tratamiento sobre el amor, estas cuestiones son fundamentales en una cura: ¿cómo es posible hacer una experiencia amorosa? ¿Cómo puede el amor ganarle terreno al odio?

Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa…
—Julio Cortázar

© Marcel van der Vlugt

Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia. Somos indiferentes cuando ignoramos el deseo del otro: sólo sé de mí, ignoro al otro.1 ¿Qué entendemos porignorar el deseo del otro? Podemos hacer la pregunta de un modo positivo: ¿Qué significa reconocer el deseo del otro?

Cuando no hay otro el mundo es el espejo de nuestros sueños. Se trata de una experiencia imaginaria de fusión. Ésa es la experiencia del enamoramiento. Cuando estoy enamorado le atribuyo al ser amado todo lo que yo había estado esperando. Construyo una alucinación amorosa de la cual me siento dichoso: en aquél del que estoy enamorado proyecto mis sueños amorosos. Envolvemos al amado con el celofán de nuestras fantasías.

El estado del enamoramiento es similar al estado del hipnotizado: no hay un yo-diferenciado. Se trata de un sueño despierto en el que mi singularidad está dormida. Quisiéramos que el sueño durara siempre, porque despertar es doloroso. El amado es una imagen mágica (elaborada entre lo simbólico y lo imaginario) de lo ya perdido; luego, surge la duda con asomo de angustia: ¿Encontraría a la Maga?, pregunta Cortázar al inicio de Rayuela.

Cuando despierto miro al otro como sujeto. Aquél del que estoy enamorado no es un objeto en donde proyecto mis sueños. No hay correspondencia perfecta entre mi deseo y el suyo: me doy cuenta de su deseo. El otro emerge en lo que no se espera, en lo que no se quisiera. El otro difiere a mis expectativas. La decepción y el dolor son los primeros nombres del otro: no soy todo para aquél que amo. La realidad es diferente a los sueños: no soy lo único que desea el otro.

Mientras que mi partenaire me dice sí, aún no hay otro. Puede haber enamoramiento, pero aún no hay otro. En el momento en que aquél del que estoy enamorado me diceno, surge la otredad del otro: el otro difiere de mí. El principio del amor es esta negación: “La positividad misma del amor está en su negatividad”, dice Lévinas [2006: 50]. El amor surge de una demanda frustrada: el deseo del otro no se adecua a mi petición. No hay fusión, sino disparidad. Ahí surge el odio. Primero hay indiferencia; luego, odio.

Cuando despierto miro al otro como sujeto. Aquél del que estoy enamorado no es un objeto en donde proyecto mis sueños. No hay correspondencia perfecta entre mi deseo y el suyo: me doy cuenta de su deseo. El otro emerge en lo que no se espera, en lo que no se quisiera. El otrodifiere a mis expectativas.

La experiencia del odio consiste en atribuir al otro la causa de mi mal. Cuando el otro me dice no acontece en mí la soledad. La experiencia original del ser humano con la soledad es la del desamparo: si el infansestá solo, se muere. Vivimos porque alguien deseó nuestra existencia: nos alimentó, nos cubrió del frío… Cuando el otro me dice nosiento que no me desea. Desamparado, siento que muero. Odio porque siento que agonizo. La culpa de todo lo que me sucede es del otro. No cumplió con lo prometido: desearme a mí, siempre, sólo a mí. Parecía que éramos Uno; ahora, me deja solo y abandonado. Mi cuerpo y mi existencia se convierten en una experiencia dolorosa y decepcionante. Se derrumba mi castillo: me quedo sin reino. Paso de rey a mendigo. Vago por el desierto. ¿Por qué tengo tanta sed? ¿Por qué el sol quema en la nuca? ¿Por qué mis pies están cansados? Porque el otro así lo quiso, me abandonó: maldito sea. Ése es el momento de los reclamos, de los reproches, de los golpes, de los insultos, de los dramas, de los llantos…

Hay quienes no reclaman, pero tratan de apagar su sed con tequila; quienes no reprochan, pero pretenden saciar su hambre con chocolates; quienes no odian, pero insisten en hacer surgir sus sueños paradisiacos con psicotrópicos. Otros más duermen y duermen; hay quienes se suicidan. El odio hacia el otro puede volcarse contra sí mismo. Es el momento de los navajazos en el cuerpo, de los choques violentos, de las bancarrotas, de actos autodestructivos. También puede ser el momento en que me humillo para que me maltraten: el odio que siento por ti, lo vuelco sobre mí. Golpéame, insúltame, pero no me dejes.

Cuanto más amo más necesito al otro; cuanto más lo necesito más me duele su ausencia, más me desespera no controlar su deseo. La experiencia amorosa es compleja porque en ella emerge la soledad. Soledad no sólo es estar solo: soledad es estar necesitado del deseo del otro y que ese otro no responda. En la indiferencia no hay soledad. En el estado de ebriedad, en los efectos de los psicotrópicos, en el sueño o en el enamoramiento no hay soledad, pero tampoco hay experiencia amorosa. Cuanto más amo, más solo me siento. Y entonces nos preguntamos: ¿cómo pasar de la indiferencia y del odio hacia la experiencia amorosa? ¿Cómo aprender a amar? Hacemos esta pregunta en el mismo sentido en que Jacques Derrida [2006: 15] se preguntaba cómo aprender a vivir. Faltamos a la cita de este modo
:

amar, por definición, no se aprende. Ni de amor a uno mismo ni del amor por el amor. Sólo del otro y por la muerte. El amor, como la soledad, no se aprende. Tan sólo podemos esperarlos. Juntos. Intentar enseñarnos el uno al otro a amar, en una inquietud compartida y en una difícil soledad.

Mientras morimos, aprendemos a amar. Aprendemos a amar aprendiendo a habitar nuestra soledad; así, acontece nuestro ser mortal. No hay amor puro: la experiencia amorosa es mezcla de odio, dolor, placer, soledad, pérdidas, muerte… Para evitar el dolor, podemos abandonar la esperanza amorosa, pero nos convertimos en seres indiferentes, tristes, aburridos…2

Después de la muerte de Dios tenemos el reto de abordar el amor de distintos modos. El amor como un discurso de valor religioso, sacro, heterosexual, con el deseo de procreación, de fidelidad eterna, ya no tiene fuerza vinculante, ya no organiza las relaciones eróticas. El cristianismo ya no dicta los modos de hacer lazos amorosos. Es necesario aprender a amar de diferentes maneras. Aquí escribimos una posibilidad: la del psicoanálisis, una entre millones.

En el cristianismo importa el sacrifico como promesa de eternidad, no el deseo. En oposición al amor religioso, la experiencia psicoanalítica ofrece la posibilidad de trabajar con la propia subjetividad para crear un tiempo propicio que done un amor que reconozca el deseo, el sexo y la muerte: no es posible la posesión del otro, la fusión en un ser y el vínculo amoroso eterno; hay que reconocer el deseo del otro, la singularidad del partenaire y la posibilidad (siempre presente) del fin.

En el siglo pasado el psicoanálisis se permitió definir el amor adulto como un amor que se reconoce en la diferencia sexual. Este amor no es un atributo exclusivo de la parejaheterosexual, sino del reconocimiento de que el partenaire es un otro deseante: su deseo no se agota conmigo. La diferencia sexual no es sólo una diferencia anatómica, sino un estado de abierto a la alteridad sexual del otro.

© Marcel van der Vlugt

En el consultorio escuchamos los modos en que el amor se ha vuelto imposible. Algunos sostienen vínculos en la indiferencia o en el odio. En ocasiones se conservan vínculos de propiedad o se deniega el deseo sexual. Hay muchos matrimonios que abandonan la actividad sexual y se refugian en el goce de los hijos: tratan a sus niños como zonas erógenas de las cuales no pueden desprenderse. El placer conyugal se desplaza al amor familiar que se convierte en un amor incestuoso.

El amor en la diferencia sexual es el amor cuya condición es el deseo. Francisco Pereña [2006] dice que en la incondicionalidad no puede haber deseo porque el vínculo se convierte en mandato: hay exigencia, atosigamiento, reclamos. La incondicionalidad promueve el odio. En la incondicionalidad se rechaza el deseo sexual; no hay encuentro. En la incondicionalidad el vínculo se hace de temor, de culpa, de amenaza, de castigo. Cuando decimos que amamos —y nos aman— incondicionalmente podemos descansar un rato porque sentimos que hemos logrado lo que parecía imposible: la presencia total del otro. Sin embargo, luego vemos que (poco a poco) el vínculo se convierte en una crueldad cotidiana que va destruyendo al otro.

La incondicionalidad acaba con la posibilidad amorosa. Así como la condición de la existencia es la muerte, la condición del encuentro es su negativa: la soledad. No puede haber amor si no hay soledad. Cuando el amor se convierte en incondicionalidad la soledad deja de ser el punto de partida y se muda en condena y odio: hay reproches, guerra fría, campo de batalla constante.

El deseo sexual es incompatible con el amor incondicional. Aceptar el sexo es aceptar la soledad: el otro puede desearme o no. En el deseo, el amor es una petición siempre renovada. El amor es placentero cuando los dos lo desean: quieres, quiero, queremos… Para pedir y aceptar la posibilidad de la negativa el amor requiere abandonar las imágenes narcisistas de sí mismo: “Amar lo otro implica no amar nunca lo Uno”, dice Lucía Etxebarria [2005].

Cuando el deseo es la condición del amor, entonces ya no se ama por obligación; sin embargo, la fragilidad abre un espacio de incertidumbre y de angustia: el otro puede dejar de desearme. El problema no es que el otro pueda faltar, sino que nos adelantamos a ese fin. Al adelantarnos imaginamos escenas terribles; entonces nos precipitamos en la posesión.

En la época actual, era narcisista por excelencia, la experiencia amorosa es cada vez más difícil: la petición amorosa se mira como cuando se ve una mosca nadando en la sopa. No queremos saber nada sobre el amor porque sabemos que el amor es la experiencia de la fragilidad y de la vulnerabilidad. Hoy hay múltiples cópulas genitales, pero se evita la demanda amorosa. El amor sin deseo se convierte en odio y el deseo sin amor en indiferencia.

Pese a la época, cuando aceptamos amar con fragilidad y deseo, entonces la experiencia amorosa acontece entre azar y destino. Elegimos a nuestra pareja según la historia de nuestras pérdidas que hacen inscripciones en el inconsciente; a la vez, azarosamente, encontramos a alguien y quedamos prendidos a su piel. Poco a poco aprendemos a renunciar a la posesión. Perdemos para desear de nuevo. La contingencia juega con el destino. En los ritmos de aproximación y de separación emerge el erotismo. Por más que guardan una relación compleja, no hay mayor placer que conjugar amor y deseo. Con-jugar amor y deseo significa jugar con lo imposible: el amor trata de fijar al deseo y el deseo corre siempre muy lejos…

Cuando el deseo es la condición del amor, entonces ya no se ama por obligación; sin embargo, la fragilidad abre un espacio de incertidumbre y de angustia: el otro puede dejar de desearme. El problema no es que el otro pueda faltar, sino que nos adelantamos a ese fin. Al adelantarnos imaginamos escenas terribles; entonces nos precipitamos en la posesión. Es importante reconocer nuestras fantasías primarias: más allá del modo de proceder del otro intuimos su deseo más allá de nosotros. El punto de partida del odio es la soledad y el dolor; sin embargo, el odio se engrandece con una imaginación interpretativa que se alimenta de nuestros fantasmas. Imaginamos que el otro nos quiere hacer daño: me excluirá, me incorporará, me castrará, me abandonará. Por ello necesitamos trabajarnos, elaborarnos, reconocernos. Cada uno requiere conocer su historia, sus fantasías, su carácter… Es ineludible mirar al otro más allá de sí mismo. Aprender a amar es hacer del amor una experiencia de la alteridad. Se asiste a un psicoanálisis porque nadie aprende a amar solo.

Sólo cuando puedo dejar de atribuirle al otro la causa de mi mal (interpretación realizada desde mi fantasma), puedo saber que mi odio en realidad es mi dolor de existir. La sed no es culpa suya; la sed es mi cuerpo. Tengo sed desde que existo. Si recuerdo la experiencia de mi cuerpo sediento me doy cuenta de que los labios de aquél de quien estoy enamorado me calman, pero el dolor no es causa suya. En ello la experiencia poética es importante. Poesía rima con fantasía: el poema conjuga mis fantasmas. El amor se recrea en la ficción del lenguaje porque las palabras son el hogar de los huérfanos. Las palabras permiten matizar las imágenes absolutas del fantasma. A propósito, Lyotard [1979: 316] dice esto:

El discurso no es poético porque nos seduzca, sino porque además nos descubre las operaciones de la seducción y del inconsciente: engaño y verdad juntos; fines y medios del deseo. De este modo, nuestro placer poético puede rebasar en mucho los límites fijados por nuestros fantasmas y así podemos hacer esa cosa tan extraña: aprender a amar. El placer del juego altera el juego del placer. Y así la fusión es inesencial. El poema puede introducir imágenes en el lector, pero sólo lo hace desolidarizándolo de sus imágenes fantasmáticas y abriéndole el laboratorio de las imágenes, que son la formas.

Seguimos a Lyotard con Winnicott: “El placer del juego altera el juego del placer”. El amor es una intersección de zonas de juego. La vida duele, pero queremos jugar. El amor es posible cuando los amantes pueden ampliar su espacio lúdico. Cuando una relación se petrifica es necesario voltear las cartas y barajar de nuevo. En ese movimiento podemos perder seguridad, pero ganamos disfrute.

Para ampliar nuestras zonas de juego se requiere abandonar la tierra natal. Aprender a amar es desaprender los modos en que el amor se ha enajenado en nuestra historia. Nuestra historia amorosa nace en la familia; aunque el amor sexual es diferente al amor filial. El goce sexual está fuera de la cuna: la tierra extranjera es el espacio del encuentro. Sólo los adultos (aquellos que han abandonado a su padre y a su madre porque ya no pretenden ser los niños maravillosos de antaño) pueden hacer del deseo sexual el placer del amor.

Freud decía que el psicoanálisis nos permite amar mejor: se historiza el amor y se sabe que es imposible. Empero, hay que intentarlo una y otra vez, incansablemente. Ése es el deseo. Escribimos aprendiendo a amar porque nunca aprendemos del todo. Somos ignorantes; nunca sabemos sobre el deseo del otro, pero lo podemos reconocer a través de nuestra angustia. Lo intentamos. Sin fusión, el deseo es el poro por el que respira Eros; también, por el que goza y llora. No hay amor completo porque el deseo es su posibilidad. No hay Uno porque hay alteridad. Así, queremos seguir jugando: cuanto menos posesión, mayor placer. Cuando el deseo del otro se nos escapa, el cuerpo nos duele y la existencia nos asfixia. Aun así, el otro no tiene la culpa de su retirada: aprendemos a reír en nuestro llanto… ®

Notas
1 Lacan [2004: 344] dice que la ignorancia no debe entenderse como una ausencia de saber, sino, al igual que el amor y el odio, como una pasión del ser; pues puede ser, como ellos, una vía en la que el ser se forma.

2 La cita original dice así: “Vivir por definición, no se aprende. Ni de uno mismo ni de la vida por la vida. Sólo del otro y por la muerte”. El vivir, como el morir, no se aprende. Tan sólo podemos esperarlo. Juntos. Intentar enseñarnos el uno al otro a vivir, en una inquietud compartida y una difícil libertad.

Referencias
Cortázar, J., Rayuela, Madrid: Cátedra, 2008.
Derrida, J. [2006], Aprender por fin a vivir. Entrevista con Jean Birnbaum. Trad. Nicolás Bersihand, 1a ed., Buenos Aires: Amorrortu.
Etxebarria, L. [2005] Actos de placer y amor, Albacete: Nausíccä.
Freud, S., Obras completas. Ordenamiento, comentarios y notas de James Strachey (24 volúmenes). Traducción directa del alemán de José L. Etcheverry, 2a edición en castellano. Buenos Aires: Amorrortu, 1999.
Lacan, J. [2004], El seminario: libro 1: los escritos técnicos de Freud. Trad. Rithee Cevasco y Vicente Mira Pascual, 1a ed. 13a reimp. Buenos Aires: Paidós.
Lévinas, E. [2006], De la existencia al existente. Trad. Patricio Peñalver.
Lyotard, F-L. [1979], Discurso, Figura. Trad. Josep Elías y Carlota Hesse Barcelona: Gustavo Gili.


segunda-feira, 20 de janeiro de 2014

Pulsão e sublimação


PULSÃO E SUBLIMAÇÃO

João Peneda

 

A pulsão em Freud tem quatro características fundamentais: a origem, a pressão, o objecto e o alvo. O alvo da pulsão <Ziel> é sempre, em todos os casos, a satisfação <Befriedigung>, a descarga da tensão ou a sua redução. A pulsão é fundamentalmente uma revindicação permanente de satisfação, diríamos com Lacan que se trata de uma exigência constante e a todo o custo de gozo; de tal modo que o meio, o objecto da pulsão, poderá ser muito diverso. O que significa que, ao nível pulsional, o sentido último, o "sentido do sentido" é a satisfação, o gozo.

Por isso, a pulsão <Trieb> em Freud é algo já muito distante do conceito de instinto <Instinkt>, está portanto para além do biológico; por outras palavras, o estímulo pulsional nunca age como uma força de impacte momentâneo <momentane Stoßkraft>, age por impacte constante <konstante Kraft>. Mas a pulsão é também algo já articulado, tem uma gramática cuja matriz é o fantasma; por exemplo, no registo do olhar, temos verser vistofazer-se ver (voz activa, passiva e média).

Se em Freud a sublimação resulta da mudança <Wendung>, da inibição da satisfação sexual em virtude da intervenção do social, do civilizacional; Lacan, por sua vez, chama a nossa atenção, antes de mais, para o papel fundamental da própria linguagem, da sua estrutura; vai ser aí, no registo dos significantes, que a satisfação, o gozo <jouissance> perdido virá a ser procurado. De qualquer modo, as análises de Freud sobre as formações do inconsciente – lapso, sonho, chiste e o próprio sintoma –, revelavam já que é nos meandros dos significantes, "restos de palavras" que o desejo inconsciente se realiza e se interdiz. Por esse motivo, a sublimação resulta à partida do confronto da pulsão sexual com a linguagem, o que tem como resultado a dessexualização e a inibição do alvo sexual da pulsão.

A questão que desde logo se coloca é saber se a pulsão sexual não é já ela fruto desse Outro que é à partida a linguagem? O que, por sua vez, também nos faz recuar no tempo o fenómeno da sublimação. De facto, o sujeito não encontra no Real outra coisa senão algo que releva já sempre da linguagem, do significante; Freud falava de "representações", dos "representantes de representação". O que quer dizer que a linguagem implica uma perda de gozo, a linguagem é o primeiro corte com a Coisa <das Ding> ("recalcamento primordial"), "a morte da Coisa" como dizia Hegel. Por isso, a noção de Coisa aparece como uma espécie de lugar mítico da satisfação plena, do gozo perdido. Também por essa razão, nenhum objecto pode satisfazer o sujeito, qualquer objecto fica aquém da Coisa <das Ding>, dessa miragem de satisfação. Mas, por outro lado, é bom não esquecê-lo, a linguagem é também o instrumento por excelência do gozo, a linguagem é o "aparelho do gozo" (Lacan).

Mas o que significa, a partir de Lacan, que a pulsão tem um alvo <Ziel> sexual, uma vez que Freud nos deixou esta ideia da sublimação como deslocamento das pulsões sexuais do seu objectivo inicial para outros fins mais elevados? Antes de mais, a pulsão é a resposta do indivíduo que visa satisfazer a demanda do Outro, o apelo do outro maternal. Através da demanda do Outro – pedido do outro articulado na linguagem –, o indivíduo é confrontado com a dimensão do desejo do Outro, com a perda, com a falta no Outro, com a questão: che vuoi? (o que queres ?)

Ora, a pulsão é o que no indivíduo responde e se ajusta a essa falta no Outro. Nesta fase, a resposta ao enigma do Outro passa fundamentalmente pelo seu corpo, que se lhe afigura como a causa desse desejo que faz enigma. O problema é que ao identificar-se com o seu ser corporal ao que falta no desejo do Outro, o indivíduo arrisca-se a perder-se nessa satisfação de um desejo que não é o seu. O que faz aqui questão é a impossibilidade que aí se inscreve, pois a satisfação da pulsão constitui o signo da própria anulação do indivíduo. Há portanto aqui qualquer coisa de mortal, o conceito freudiano de pulsão de morte traduz esta vontade de desaparecer, resultante deste mau encontro <tuch> com a palavra (noção de "primeira morte" em Lacan).

O paradoxo é o seguinte: por um lado, é o desejo do Outro – um vazio –, que traz à existência o sujeito, por outro, a resposta a esse desejo constitui a sua própria perdição, pois o individuo responde com o próprio corpo à inconsistência do simbólico. A linguagem condena assim o sujeito a um lugar onde este corre o risco de desaparecer ao procurar suprimir a falta no Outro. Por último, face a essa "primeira morte", colocam-se duas saídas, duas alternativa que Freud explicita na sua famosa Conferência XXIII: o sintoma e a sublimação.

O sintoma é a primeira resposta do indivíduo a esse mau encontro, é o que permite ao sujeito defender-se da sua alienação no desejo do Outro. O sintoma constitui um compromisso paradoxal que se resume ao impasse do fantasma: a miragem de gozo na qual o sujeito se perde está associada à interdição desse gozo. Por outras palavras, o paradoxo do sintoma neurótico consiste no facto do sujeito recear, defender-se e queixar-se de um gozo que ele próprio procura atingir; o neurótico aspira a perder-se na miragem de gozo a que ele próprio se interdita. Deste modo, no sintoma, a erotização do corpo e da palavra do sujeito respondem a um desejo que não é seu e do qual ele está cativo, sofrendo o efeito de um gozo acéfalo. Sucede que o sujeito no sintoma irá perseguir, sem o saber, na sua vida, na sua actividade e no seu corpo esse gozo que a matriz do seu fantasma encena e que a pulsão a todo o custo reclama.

Em contrapartida, a sublimação seria, neste quadro, o processo que faculta ao sujeito dessexualizar a posição que ocupava face ao desejo do Outro, isto é, desidentificar o sujeito com o "falo", melhor, afastar-se da identificação com o objecto do desejo materno e, nesse lugar, fazer emergir algo de positivo, algo que escapa à regressão e à repetição do sintoma; ora, é aí que pode despontar algo de criativo, a obra, algo que já não é mais uma resposta ao desejo do Outro, um gozo imposto pela pulsão (sexual), mas algo que vem positivar um vazio que é efeito da distância do sujeito ao objecto causa do seu desejo, algo que é criado a partir do nada,ex nihilo, resultado de um sujeito que não está mais submetido ao jugo do objecto, mas que o sabe conformar, "elevar à dignidade da Coisa".

É nisto que consiste a dessexualização da pulsão; o sujeito tirando partido da pulsão, da fantasia, do seu objecto (a voz, o olhar, o corpo), produz uma obra única que vem no lugar daquilo que ele era para o Outro. Não é mais a relação de rivalidade imaginária ao Outro que pontifica, mas o sujeito assume a paternidade de uma obra original. A rivalidade fálica é substituída pelo trabalho criativo; vai ser aí que o sujeito irá depositar todos os seus investimentos. Não é o corpo do sujeito que é instrumentalizado para tapar o furo no Outro, mas é a obra que aí positiva um traço original. Aí, o sujeito encontra um modo de exorcizar, de manter à distância a identificação que lhe é mortal, cuja satisfação implica a sua anulação, o seu desaparecimento.

A obra põe esse gozo mortal fora do corpo, toma o lugar do falo, do objecto que o sujeito era para o desejo do Outro, toma o lugar da identificação do sujeito ao que falta no Outro, falo imaginário. Esse lugar passa a ser não de identificação, mas de criação. É a obra que em última instância, ao produzir um rasgo inédito, reinventa o sujeito, faz dele um nome, suprimindo à sua maneira a falta no Outro. Daí a famosa fórmula de Lacan: "a sublimação eleva um objecto à dignidade da Coisa." (S-VII, p. 140-1).

Por estas razões, a sublimação apresenta-se ao sujeito como um imperativo, como vital, dado que é, por intermédio da criação, que o sujeito, como refere Lacan a respeito de Joyce, "se faz um nome", dá finalmente conteúdo à sua identidade vazia, suprime o "sem-nome" do sujeito do sintoma.

Assim, se a experiência do sublime proporcionava uma experiência que apresenta a inadequação, a impossibilidade de atingir a Coisa, objecto perdido do desejo, sublinhando que a Coisa está para além do representável, o objecto artístico, por seu lado, vem ocupar o lugar da Coisa em falta, "vem envolver esse vazio"; a esse respeito, temos o exemplo de Lacan do vaso como objecto primordial da produção humana, mostrando que o objecto artístico é um "certo modo de organização em torno desse vazio" (S-VII, p. 162). Deste modo, na sublimação, o objecto artístico vem substituir-se à Coisa em falta, representa em parte o gozo perdido; só que, ao contrário do que sucede no sintoma, aqui o sujeito não está submetido a um gozo acéfalo que o percorre, mas conquista supremacia ao domar e modelar esse gozo segundo os propósitos da sua arte.

Mas o objecto artístico vem igualmente dissimular o objecto perdido do desejo, proporcionando uma quota efectiva de gozo. Por essa razão, podemos igualmente encontrar aí o traço ilusório do objecto artístico, pois também contribui para a miragem que o fantasma procura produzir, isto é, mascarar a inconsistência do simbólico, apagar a inexistência estrutural do objecto do desejo. Contra essa dissimulação, a arte contemporânea responde ela própria com "o retorno do real" (Hal Foster).

Neste quadro, qual pode ser o papel da psicanálise? Efectivamente, já não se espera, como no tempo de Freud, que a psicanálise revele a indesmentível, mas também inconsequente conexão entre a obra do artista e os meandros da sua vida inconsciente; agora, é porventura a arte, o objecto artístico que antes de tudo indica o caminho, que capta "o sintoma na civilização <das Unbehagen in der Kultur>" (Freud). Foi nessa direcção que seguiu o trabalho de Lacan, como é o caso das suas análises da obra de André Gide e de James Joyce. Esta inversão tem contudo as suas consequências para a psicanálise, esta não deverá procurar na arte a confirmação das suas teorias, mas renovar a sua teoria à luz daquilo que do real faz sintoma, e aí a arte toma a dianteira.

Por último, cabe perguntar se há finalmente uma simbolização não patológica? Se a operação da sublimação pode dar resto zero, se há de facto um real irredutível? Éric Laurent pergunta de um modo um tanto provocatório: "se a satisfação sublimatória é assim tão perfeita, porque é que o artista não é feliz? Porque é que ele não sublima de um modo suficiente para se libertar dos seus maus génios, e porque é que ele neurótico, psicótico ou perverso, não se cura a ele mesmo?" (La Cause freudienne nº 25). Este é também o dilema com que Freud se deparou; a esse problema, acabou por responder com a impossibilidade da auto-análise. O que é impossível é que o sujeito reencontre ele próprio o desejo que se interdiz na sua palavra, ora é justamente isso, esse real que a noção freudiana de inconsciente recobre. Lacan traduz bem este impossível modalizando à sua maneira o cogito cartesiano; ao triunfante "penso logo existo" de Descartes, apõe a sua fórmula: "eu não penso lá onde eu sou", ou ainda, "eu sou lá onde eu não penso". Por outras palavras, o sujeito do inconsciente, o sujeito da enunciação eclipsa-se  justamente quando o sujeito pensa, quando produz os seus enunciados. É neste sentido que o aforismo de Freud nos adverte: "wo es war, soll Ich werden"; traduzo livremente por: onde estava o gozo acéfalo do qual o sujeito estava cativo, aí deve advir o Eu, o que Lacan chamou de sinthome, identificação ao sintoma.

Ora, o dispositivo analítico freudiano constitui uma resposta vigorosa a este real, a este irredutível, na medida em permite ao sujeito aceder às condições do seu gozo acéfalo, aos significantes do gozo, aos nomes do gozo ("Nomes-do-Pai" em Lacan), no fundo, aos significantes que suturam o vazio no Outro; o final da análise coincide com a extracção do objecto que obtura o furo no Outro (causa do desejo), como o qual o sujeito (pulsão) se constituía como resposta ao enigma do desejo do Outro.

Nesse sentido, o dispositivo analítico depõe num Real, numa errância, num mundo irredutivelmente marcado pelo real que lhe ex-iste e por um Outro que não existe. Por seu lado, a sublimação, a arte, ao "elevar o objecto à dignidade da Coisa", consiste em nomear uma porção do real, apelando a partir daí a um certo destino, produzindo obra que faz porventura sintoma na civilização. Aí, a arte toma a dianteira, e à psicanálise só lhe cabe ser sua aliada. Assim, se a psicanálise propõe a "travessia do fantasma", a "identificação ao sintoma", a arte oferece a sublimação, nas palavras de Freud, oferece "uma via de retorno da fantasia à realidade <Rückweg von der Phantasie zur Realität>" (Conf. XXIII). Se a arte confere ao real, uma positividade, uma destinação, a psicanálise denuncia o real como impossível, nesse lugar oferece uma ética, uma ética que decorre do confronto com a causa do desejo, com o real constitutivo do sujeito.

Por todas estas razões, termino afirmando que a verdadeira sublimação coincide com a ética, não com a ética do Bem, mas com a ética do "bem dizer" o real da condição humana e a sua destinação.